Leyenda

Quito es una larga historia de cuentos, de leyendas, de una cultura oral que se transmite de generación a generación. Desde el origen mismo de su nombre, Quito está hecho de incertidumbres, de misterios que se esconden detrás de sus calles. La historia de Quito cuenta con personajes que hicieron leyendas que se volvieron hechos reales, a fuerza de tanto contarlas.

El Gallo de la Catedral


Había una vez un hombre muy rico que vivía como príncipe. Muy por la mañana comía el desayuno.


-¿no se toma el desayuno?

-Sí, pero este señor comía el desayuno. Pues, le servían una gran taza de leche "postera" , con gotas de algún licor; un plato de lomo fino, bien asado; pasa enteras, huevos fritos y una taza de chocolate con pan de huevo y queso de Cayambe.

-¡Más que almuerzo!

Así es. Barriga llena, corazón contento, don ramón gozaba de la vida. Después del desayuno dormía la siesta. A la tarde, oloroso a perfume, salía a la calle. Bajaba a la Plaza Grande. Se paraba delante del gallo de la Iglesia de la Catedral. Burlándose le decía:

-¡Qué gallito! ¡Que disparate de gallito!

Luego Don Ramón seguía por la bajada de Santa Catalina. Entraba en la tienda de la señora Mariana. Allí se quedaba hasta la noche. Cuando regresaba a su casa, don Ramón ya estaba coloradito. Había tomado algunas mistelas. Entonces gritaba:

-¡Para mí no hay gallitos que valgan! ¡Ni el gallo de la Catedral!

¡Don Ramón se creía el mejor gallo del mundo! Una vez ... había tomado más mistelas que de costumbre. Al pasar por el atrio de la Catedral, volvió a desafiar al gallo:

- ¡Qué tontera de gallito! ¡No hago caso ni gallo de la Catedral!

En ese momento se volvió más oscura la noche. Sintió que una espuela enorme le rasgaba las piernas. Cayó herido. El gallito le sujetaba y no le dejaba moverse. Un sudor frío corría por el cuerpo de don ramón. Creía que le había llegado el momento de morir. En eso oyó una voz que le decía:

¡Prométeme que no volverás a tomar mistelas!
¡Lo prometo! 
¡Ni siquiera tomaré agua!
¡Prométeme que nunca jamás volverás a insultarme !
¡Lo prometo! 
¡Ni siquiera te nombraré!
¡Levántate, hombre! 
¡Pobre de ti si no cumples tu palabra de honor.Muchas gracias por tu perdón, gallito.

Conseguido lo que esperaba, el gallito regresó a su puesto.


Leyenda de Cantuña



Corrían tiempos de la Colonia. Un indio llamado Cantuña se comprometió a construir el atrio de San Francisco. A punto de ir preso por no haber cumplido su palabra, el pobre indígena pidió ayuda a Dios.

-¿De qué medio se valió?

De la oración. Rezó piadosamente. Luego salió de su casa, envuelto en una ancha capa, y tomó el camino de la construcción. En ese lugar de entre el montón de piedras, vio que salía un hombre vestido de rojo. Era alto, de barbilla puntiaguda y nariz aguileña.

Soy Luzbel, dijo. No temas, buen hombre. Te ofrezco entregar concluido el atrio antes de rayar el alba. Como pago por mi obra quiero tu alma. ¿Aceptas mi propuesta?

Aceptada, respondió Cantuña. Pero al toque del Avemaría no debe faltar una sola piedra, o el trato se anula.

De acuerdo, agregó Satanás.

Firmado el pacto, miles de diablillos se pusieron a trabajar sin descanso. Cerca de las cuatro de la mañana, el atrio estaba a punto de ser terminado. Pronto el alma de Cantuña pasaría a poder de Luzbel. Pero los diablillos no alcanzaron a colocar todas las piedras. Todavía faltaba una. Por eso Cantuña salvó su alma.

Entonces Luzbel montó en cólera y desapareció con sus obreros del infierno. Desde su partida tenemos el hermoso atrio de San Francisco. Es tan grande y precioso el atrio, que los quiteños han inventado esta agradable leyenda.







No hay comentarios:

Publicar un comentario